Se conocieron en París
en un viaje de estudiantes.
Juan venía de Madrid
y Gerome era de Nantes.
El francés era un motor
moviendo sus manos al viento.
Aplastado en su pudor,
Juan le admiraba en silencio.
Y una noche por fin
en una fiesta con amigos,
Gerome le dijo “te vienes conmigo”
y se fueron a bailar.
Y al besarlo en la noche parisina,
notó el francés al español temblar
Y le dijo “tranquilo,
porque…
Somos los reyes del mundo
cuando estamos juntos.
No dudes ni un segundo
porque yo te juro:
somos los reyes del mundo
cuando estamos juntos,
que sepas que nadie nos parará.
Fueron dos meses de pasión,
de caricias desmedidas,
aplazando el estupor
que anunciaba la despedida.
Un día Juan se echó a llorar.
“Gerome, mi amor, soy un cobarde.
Tengo una novia formal
con la que debo casarme.”
Herido, el francés le dijo
“No voy a juzgarte”
Tú sé feliz yo intentaré olvidarte
y no le fue a despedir.
Y en el avión lloraba Juan leyendo
una postal que Gerome le escondió
en la que había escrito.
Somos los reyes del mundo …
Pasaron quince años o más.
Gerome se había separado
y tratando de olvidar
se autorregaló un verano.
Ardían la sangre y los pies
por las aceras de julio.
Olía Madrid a birra y miel,
eran las fiestas del Orgullo.
Y paseando por Chueca
alguien le agarró del brazo.
“Hola, soy Juan” se dieron un abrazo
y se echaron a llorar.
“Te presento a Luis que es mi marido,
te vienes con nosotros a cenar,
amigo, hemos de celebrar que…”
Somos los reyes del mundo …